miércoles, 14 de septiembre de 2011

Primer premio al blog y la ganadora del sorteo con su tesoro

Estoy super contenta, el otro día concedieron un premio a mi blog.




Estoy muy agradecida a Indianred por tenerme en cuenta y quiero pedirle disculpas por no haberlo publicado antes (hace ya unos días que me lo concedio), pero es que no he tenido tiempo para hacerlo. El premio viene con indicaciones, que paso a enumerarlas aqui:
-Anunciar el premio
-Agradecer a quien lo ha dado con link a su blog
-Otorgarlo a otros 10 blogs con enlace a estos (yo no conozco tantos, así que de los que sigo se los dedico a los 5 a los que les tengo más cariño, con eso no quiero que se ofenda nadie)
-Avisar a los ganadores.

And the winer is:

- El blog de la familia Santome Galvan  por hacernos participes de sus actividades y darnos envidia con esas fotos tan maravillosas. 
- Los postres de Teresa porque con este maravilloso blog ha hecho que tod@s ganemos unos cuantos quilos de más.
-Mi baul de cuentos Porque nos hace soñar como si fueramos niños
-Paquicheli Porque a traves de su blog podemos ver las manos tan maravillosas que tiene para hacer esas minis.
- Xisca de Palma de Mallorca Este se lo dedico con mucho cariño a Xisca mi vecina de ciudad por hacerme enterder lo inentendible y por hacerme participe de sus pensamientos, sueños y miedos.

También voy a aprovechar esta entrada para publicar la foto de la ganadora del joyero una vez que lo tuvo en su poder, Enhorabuena Cristina.


Ahí la tenemos en la oficina haciendo como que trabaja. Un besito Cris.

Y me despido por ahora de todos vosotros, hasta la próxima.

sábado, 3 de septiembre de 2011

LUNA

Hoy estaba rebuscando en los cajones y he encontrado una vieja carpeta azul que contenía las primeras historias que escribí. Allá por el año 1986 escribí la primera, al menos es la fecha que tengo apuntada en el cuaderno. La historia está sin terminar y sinceramente, no creo que la termine nunca, entre nosotros, es bastante patética, de esas tengo un par más, que nunca van a ver la luz, alguna otra habrá que me decida a terminar, y también hay de terminada, entre ellas esta la siguiente:

LUNA

El calor era asfixiante, una sensación de humedad te recorría la médula de arriba a abajo y te hacía estremecer. Algunas veces ese calor se convertía en frío, un frío intenso que te helaba los huesos y hacia retorcerte de dolor.

Me giré varias veces para mirarla. Ella seguía allí, altiva, inmóvil. El viento hacía ondear lentamente su inmensa melena negra, y conseguía envolverme sin llegar a atraparme. Una melena que cada noche adornaba lentamente, sin prisa. Adornos siempre iguales, siempre diferentes. Cada atardecer eran colocados sutilmente por una mano invisible, la misma mano que los hacia desaparecer cuidadosamente al llegar la mañana.

Yo iba allí todas las noches, me gustaba contemplarla. Me enamoraba de ella cada noche un poco más. Era una figura femenina a la que envidiaban todas las mujeres, y que todos los hombres deseaban irrefrenablemente. Nunca había recibido nada a cambio de aquellas visitas a horas intempestivas. Nada más que su presencia, nada más que aquellos penetrantes ojos que me observaban con frialdad. Ella parecía no conocer de mi existencia, no sabía que tenía un admirador tan persistente, tan enamorado, tan... ¿loco?

Aquella noche iba a ser diferente, tenía un presentimiento. Presentí que podría amarla, lo desee con todas mis fuerzas, lo anhelaba locamente. Ese pensamiento hizo que mi paso se acelerara, que me sudaran las manos y se me estremeciera el cuerpo. Me giré por última vez a mirarla, pero Ella ni se inmutó, ni siquiera envió una sonrisa como premio de consolación por mi insistencia. Una lágrima resbaló por mi mejilla y fue a posarse sobre la comisura de mis labios, por un momento creí sentir un beso suyo, pero cuando abrí los ojos comprobé lo estúpido de mi pensamiento. Esa noche todas mis ilusiones fueron a caer a  lo más hondo de la tierra, y cuando conseguían remontarse volvía otra vez a mi memoria su bello rostro, blanco, puro, perfecto. Ella seguí allí, observandome desde lo alto de la colina. Estaba impasible, parecía mofarse de mi.

Apuré el paso, me subí la solapa del abrigo y lentamente me adentré en el pueblo. Allí me sentía resguardado, sus ojos ya no podían seguirme, ya no podían mofarse de mi. Recorrí todas sus calles una a una, quería resguardarme de su persistente mirada a la sombra de los hogares que tan placidamente descansaban, visite calles y plazas, aquellas plazas con olor a viejo, a húmedo a nostalgia. Esas plazas en las que durante el día se entremezclan la alegría de los chiquillos con las largar charlas de los abuelos y la palabrería de las chachas.

Una imagen apareció súbitamente, estaba allí, sentada placidamente a la sobre de un olivo centenario. No alcance a moverme, no podía reaccionar. Ella me llamó silenciosamente, casi en un susurro, y yo magicamente fui transportado a su lado. De cerca, era incluso más bella que como yo la recordaba hacia escasamente una hora. Su pelo era negro y espeso, sus ojos color aceituna. Su rostro blanco y puro. La claridad de su vestido la hacía todavía más atractiva. Como un metal es atraído hacia un imán, me senté a su lado. Nadie habló durante un rato, una larga e interminable porción de tiempo.

Nuestros cuerpos se unieron cálidamente en una oleada de deseo, pasión y amor, mucho amor. Nos amamos en silencio, un silencio que solo rompía el viento al pasar entre las hojas de los árboles.

No recuerdo el tiempo que pasamos juntos, tal vez fueran horas, quizá días, incluso puede que meses. Un amanecer desperté sobresaltado, Ella no estaba a mi lado, corrí hacia la ventana y pude ver como desaparecía lentamente camino de la colina. Mi corazón cayó destrozado al suelo y las piezas empezaron a rodar desparramándose por todo el camino a la cima de la colina que un día nos unió. 

Mi vida ya no tenía sentido, ya no tenía razones para seguir viviendo.

Los días pasaron, con ellos sus noches, y yo seguía sentando bajo el olivo centenario que fue testigo mudo de nuestro amor. Aquel atardecer me levante, ya no tenía razones para seguir allí sentando. Que tendrá la dulzura del amor, que cuando se acaba te deja sumergido en la amargura del dolor. No tuve fuerzas para seguir caminando y caí desvanecido a la orilla del río.

Esta mañana, al abrir los ojos, solo he podido contemplar las cuatro paredes blancas que me rodean. En mi habitación sólo había una cama, una mesa y una silla. Al fondo una ventana enrejada que da a la cima de una colina....


Palma de Mallorca, año 1992