Miqpau era un duende pequeño y barrigón al que le gustaba mucho beber
zumo de mora y andar molestando a las hadas y elfos del bosque.
Miqpau vivía en una pequeña seta al final del camino azul que llevaba directamente al castillo de la bruja Mandrágora.
Una mañana en la que se levantó cuando el sol ya había superado la
Montaña del Dragón vio a un grupo de hadas que mantenían una acalorada
conversación; pero desde la posición donde se encontraba no podía llegar
a entender muy bien el motivo de tanta alteración.
En esas estaba, cuando..."TOC, TOC, TOC", "TOC, TOC, TOC";
Miqpau
se sobresaltó al oír que alguien aporreaba su puerta con tanta
insistencia. "Ya voy, ya voy", repetía refunfuñando, mientras, la puerta
seguía insistiendo. "TOC, TOC, TOC".
Abrió la puerta soltando una retahíla de sonidos irreconocibles por
haber sido interrumpido mientras intentaba cotillear una conversación
ajena y se encontró de frente con el Elfo Jon.
El Elfo Jon era un guapo mozalbete de 104 años que se dedicaba a
vigilar y cuidar el bosque de Aevin. Gracias a él, Miqpau y el resto de
habitantes del bosque podían disfrutar diariamente de cuanto zumo de
mora y otros víveres quisieran, siempre recién recolectado y preparado;
ya que el Elfo Jon tenía una cuadrilla de pequeños Aeviños que se
dedicaban al reparto de alimentos entre los habitantes del bosque de
Aevin y alrededores.
Por la cara que traía el Elfo Jon, esta no era una visita de
cortesía, su cara reflejaba preocupación y por su aspecto podría
deducirse que había salido de su casa a todo correr.
Miqpau invitó, muy a su pesar, al Elfo Jon a entrar
obsequiándole con un suculento desayuno, tal y como le había inculcado
su madre que debía hacer con los invitados. Los dos se sentaron delante
de la lumbre y mientras degustaban tan exquisito manjar el Elfo Jon
comenzó a relatar el motivo de tan misteriosa visita.
Hacia días que se oían salir unos extraños ruidos de las entrañas de
la Montaña del Dragón, empezó a relatar el Elfo Jon, era como si esta
fuese a explotar, se oían rugidos y lamentos por doquier, pero lo que
más les había asustado, tanto a las hadas como a los elfos como a los
pequeños Aeviños, es que habían visto al Sr. Dragón sobre volando en
círculos el Bosque de Aevin.
Miqpau se quedó mirando en silencio al Elfo Jon, sospesaba que podía
estar pasando, aunque tenía una pequeña sospecha, se comprometió salir
esa misma mañana hacía la Montaña del Dragón para averiguar que estaba
pasando, así que el pequeño duende metió todo el material necesario en
su bandolera de piel de Miotragus y enfiló el camino montaña arriba.
Y montaña arriba se dirigía cuando una sombra negra se cernió sobre
él, era como si la noche hubiera hecho ya acto de presencia; Miqpau
quedo paralizado por el pánico y corrió asustado a esconderse detrás de
una roca puntiaguda que había en medio del camino y se tapó la cara con
su andrajoso sombrero amarillo.
Cuando Miqpau se decidió a sacar su cara del sombrero vio ante él una
imagen impresionante, era el Sr. Dragón que estaba sentado frente a él,
con las alas dobladas a la espalda y mirando expectante a aquel cobarde
ser que no paraba de temblar. El Sr. Dragón era de un color rojo
brillante y tenía sobre la cabeza un pequeño mechón de cabello negro que
le cubría parcialmente un ojo. El Sr. Dragón ladeó ligeramente la
cabeza y Miqpau pudo ver como unas lágrimas le resbalaban por las
mejillas.
Miqpau se incorporó lentamente y se acercó a aquel grandullón, el
cual ahora lloraba con más insistencia. Entre sollozo y sollozo el Sr.
Dragón le contó a Miqpau el origen de su pena y dolor, resultaba que
resulta que su amada esposa, Ramona Dragona, la otra noche se comió un
par de Trasgos de esos que se dedican a hacer fechorías por el bosque y a
romper todo lo que encuentran a su paso, y desde entonces Ramona
Dragona tiene unos horribles dolores de barriga, esta está hinchada y la
pobre Ramona Dragona no para de gemir de dolor.
Miqpau encontró en esas palabras la respuesta a los ruidos que tenían
tan aterrorizados a sus convecinos y se ofreció a ir con el Sr. Dragón
hasta su humilde morada para curar a la Sra. Dragona.
Miqpau se subió a lomos del Sr. Dragón y se dirigieron velozmente a
la cima de la Montaña del Dragón donde se encontraba la cueva habitada
por el monstruoso matrimonio.
Allí sobre un mullido lecho de plumas de oca se encontraba tumbada
Ramona Dragona, era preciosa, tenia un color rosado muy brillante, y
unos grandes ojos verdes, pero en estos ojos se podía leer el dolor que
sentía. Miqpau se subió a una mesa para poder llegarle al estomago, y
después de estar observando y palpando la enorme panza de la Sra.
Dragona rebuscó entre sus cosas y saco una piedra perfectamente afilada,
la limpió cuidadosamente y procedió a hacer un pequeño cortecito en esa
descomunal barriga. Miqpau no se había olvidado de darle a beber un
ungüento delicioso que le iba a impedir sentir más dolor, pócima que la
Sra. Dragona tomó sin rechistar. Y sin más dilación procedió a sanar a
ese precioso ser. De la barriga de Ramona Dragona salieron tres Trasgos
malvados y malolientes que salieron a todo correr de la estancia y más
que correr volaron montaña abajo y todavía deben correr si nadie les ha
detenido.
El Sr. Dragón y Ramona Dragona estuvieron tan agradecidos al duende
Miqpau que le agasajaron con toda clase de presentes y prometieron velar
por él y por su bosque todos los días y todas las noches de su vida.